viernes, 30 de octubre de 2015

El fracaso del asalto a los cielos

Llevamos desde las pasadas elecciones europeas escuchando este objetivo político: “asaltar los cielos”. Define muy bien un deseo, una ilusión: canalizar la indignación de nuestra sociedad y convertirla en una fuerza electoral con la que construir un proyecto político. El 15M nos demostró que, por primera vez desde la transición, la sociedad tenía la voluntad de movilizarse para romper con el régimen establecido. La idea parece buena, tanto que en las pasadas elecciones municipales fuerzas políticas con un mismo objetivo abrazamos esta idea, y construimos junto con otras fuerzas políticas, no  necesariamente partidos, candidaturas de unidad popular, que en algunos casos llegaron a “asaltar el cielo”.

Sin embargo, en muchos municipios en los que fraguó la idea, esta complicidad, y la creación de estos espacios compartidos, no fue posible. Luego llegaron las elecciones autonómicas, y las diferencias entre los diferentes actores se acentuaron, creando tensiones internas e incluso división dentro de las mismas fuerzas. Ahora afrontamos las elecciones generales con el mismo método, y con la misma problemática. Unidad popular sin unidad popular.

La panacea de la izquierda siempre ha sido la unidad popular. Siempre hablamos de unir fuerzas, de trabajar juntos, de apartar nuestras diferencias, y de luchar por arrebatar la hegemonía política a las fuerzas políticas que sirven a los poderes fácticos y no a los ciudadanos. Durante muchos años la izquierda ha hablado de unir al proletariado para quitarle el poder a la burguesía y repartir la riqueza. Ahora, nuevas fuerzas hablan de eliminar los privilegios del 1% para crear una sociedad más justa. El lenguaje cambia, pero no el concepto. En esencia, todas las fuerzas de izquierdas luchamos por alcanzar de una forma u otra una forma de estado socialista.

En mi humilde opinión, el problema es más que evidente. Las fuerzas de izquierdas de este país, aunque en esencia compartamos ideas y objetivos, tenemos marcadas diferencias. A simple vista pueden parecer triviales, pero, cuando empezamos a trabajar juntos, afloran, y hacen que, finalmente, el encaje no sea posible. El grave problema que hemos tenido, ha sido que, para arrebatar la hegemonía política al bipartidismo, hemos sacado la calculadora electoral, nos hemos puesto las gafas de protección, y hemos procedido a limar nuestras diferencias con una radial, con la consecuente erupción de chispas. Esta situación ha provocado reticencias, desconfianzas, e incluso en algunos casos enfrentamientos abiertos.
¿Qué conclusión podemos sacar de esta situación? Hace no mucho tiempo, alguien me dijo que nuestra organización no había comprendido que las confluencias se construían en la calle, y no en un despacho calculadora en mano. La experiencia vivida le da la razón.

No podemos limar a toda prisa nuestras diferencias, tenemos que limarlas en la calle, trabajando juntos y juntas, generando una confianza entre la izquierda que a día de hoy no existe, tejiendo sinergias, y sobretodo, aprendiendo que nuestras diferencias nos enriquecen, y que podemos aprender de nuestros aliados. También tenemos que aprender que las fuerzas de izquierda podemos ser rivales, pero nunca enemigos. Debemos aceptar una sana rivalidad al defender aquello que nos hace diferentes, pero a la vez defender con ferocidad aquello que nos une, sin que eso cause tensión entre las izquierdas.No es una tarea fácil.

Pongo como ejemplo a Syriza, un proyecto que tardó más de 10 años en asaltar el cielo. Haciendo analogía con el tema de los asaltos, no se puede asaltar una plaza a pecho descubierto. Hay que planificar y construir las trincheras, y hay que pelear en ellas, por cada palmo de tierra, codo con codo. Sólo así tejeremos la confianza y las complicidades necesarias para asaltar los cielos. ¿Empezamos?



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